Ya han pasado 200 años desde que desaparecimos del planeta.
La naturaleza ha invadido muchas de las ciudades del mundo. Pero algunos ríos siguen encerrados entre algunos monolitos de hormigón.
En el oeste americano docenas de presas retienen el río Colorado. La mayor de todas es la presa Hoover, con una altura equivalente a un edificio de 70 plantas y una base de un ancho similar al de dos campos de fútbol americano. El hormigón que se usó para construirla habría bastado para pavimentar una autopista que llegara desde Nueva York hasta San Francisco. La presa creó el embalse Lake Mead. Contiene agua suficiente para cubrir lo que en otro tiempo fue el estado de Nueva York con 30 centímetros de agua. La mayor parte de esta estructura esta hecha de hormigón macizo. Pero hasta esta construcción está en peligro. La razón está más al norte, siguiendo al río Colorado hasta donde antes era la frontera de Utah, la presa Glen Canyon, que se construyó a modo de embalse de emergencia por si los embalses que existen río abajo se secaban. Se construyó para que durara durante siglos. Pero esta presa tiene un punto débil, los desagües. Son similares a los desagües que impiden que se desborden las bañeras. Si el cauce del río sube demasiado el agua sobrante sale por los desagües en lugar de por encima de la presa. El inconveniente es que estos desagües no responden bien a las crecidas repentinas. El desencadenante está en lo alto de las montañas. El pasado invierno nevó más de lo habitual. Cuando llega el deshielo, una gran cantidad de agua comienza a bajar hacia el río Colorado. La crecida pronto alcanzará la presa. Después de oxidarse durante siglos, las exclusas que controlaban los desagües han desaparecido. El agua inunda los túneles del interior de la presa y entonces, sucede algo extraño. Se forman bajas presiones en el agua en forma de burbujas. 
Centenares de especies encuentran nuevos hogares a medida que desaparecen nuestros mayores logros. La naturaleza está reconquistando el planeta.
En Francia, varias partes de París, vuelven a ser un cenagal. En California, los campos irregados son otra vez un desierto. Y Manhattan es otra vez el bosque que los holandeses contemplaron al llegar a la isla.
A medida que los ríos, que como el Mississippi vuelven a su estado natural, el barro cambia el paisaje.
Nuestra repentina marcha también se ha dejado sentir en los océanos. Pescábamos 235 mil toneladas de pescado al día en el mar. Como ya no existen los barcos pesqueros, los peces viven más tiempo y son más grandes. El bacalao, que medía normalmente 60 centímetros de largo, ha triplicado su talla.
Los grandes habitantes de los océanos también se están recuperando en nuestra ausencia. Estos 200 años sin humanidad ha sido una bendición para las ballenas. Habían sufrido muchísimo. Antes de que naciera la industria petrolera, las ballenas eran unas de las principales fuentes de aceite para máquinas y lámparas. Cuando los seres humanos empezamos a extraer petróleo del suelo, la caza de ballenas descendió en gran medida.

kilómetros bajo el agua. desde Hawaii hasta Japón.
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